Roma mayo de 1984
Señora Italia:


Me estoy yendo de usted, pero antes de hacerlo quisiera decirle algunas cosas que laten en mi corazón muy dulcemente y de las cuales usted no es algo ajeno. En el año 1976 crucé sus fronteras con una valija llena de impotencia y el corazón perdido en otras tierras. Otra geografía lejana a su mirada y, sin embargo, tan llena de hijos suyos. Hijos, que por esas tremendas e implacables trampas de la historia estaban siendo masacrados. Ese país verde y entonces sometido, señora, es la Argentina y de ahí vengo. Contra toda mi voluntad de allí me fui y contra toda mi voluntad aquí llegué. A usted Italia, vieja Europa tan soñada en otras épocas, modelo inalcanzable para nuestras manos, gran cuna del hombre, aquí llegué, con un atadito de lágrimas como todo equipaje.

Entonces, usted no fue mi salvación señora. Usted fue el punto final de mi condena. No era en esta triste condición de exiliada que había soñado conocerla. Usted Italia, se transformó en un privilegio que no sentía de ninguna manera merecer. Usted fue una culpa visceral: yo podía aún llorar sobre sábanas limpias mientras aquellos que amaba eran amontonados bajo tierra o sufrían atroces tormentos. Usted fue una infinita soledad habitada solo por fantasmas. Sólo usted y yo sabemos, muy profundamente, el duro inicio de nuestra convivencia. Cada mañana abrir los ojos era un desafío, una íntima batalla entre su serenidad y su alegría y mis angustiantes preguntas sin respuesta.

Sin embargo el tiempo, inexorable sombra que todo lo devora, el tiempo comenzó a pasar y junto a él las heridas a limpiarse. Muy lentamente, casi al descuido, usted señora, me hizo recuperar la ternura y la alegría. A su lado descubrí la real dimensión del hombre y en él sus fronteras naturales. A su lado pude enfrentarme, cara a cara, con mi corazón y todos su fantasmas y salir triunfante de este duelo.

En un rincón perdido por un vícolo romano, en un puño alzado junto a mil puños alzados, en una noche de tango y tarantela sobre el césped, volví a vivir, volví a creer. Hoy para mí llegó la hora del regreso y le confieso que me voy con un poco de tristeza, ahora será ésta la tierra tan lejana a mi mirada. Pero en este nuevo desarraigo y gracias a usted señora, hoy mi equipaje está lleno de ternuras y, sobre todo, lleno de fuerzas y alegrías para volver a empezar y construir, tal vez definitivamente, mi país verde, mi país libre.

Gracias Italia, por haberme protegido y haber protegido a mis hermanos. Gracias, por habernos hecho crecer sin más candados que la propia conciencia. Gracias, por esta alegría de poder despertarse cada mañana y no tener miedo de abrir los ojos.
Gracias. Gracias queridísima señora



Carta publicada en el diario "La Reppublica", Roma 1984. El mismo día que tomaba el avión de regreso al país. También fue publicada en diversos medios argentinos posteriormente y leída por Leonor Benedetto en su programa "Cartas" por cable.