Buenos Aires 1985
A esa amiga del alma

«Que sepan, los que sólo duermen en camas
que la noche brilla cuando entre dos cuerpos
de vida el código es el silencio. A tus oídos pertenezco
cuando relato mis fantasmas,
y mis fantasías son nuestras, cuando,
de tan cerca estar no las relato.»
-Malón. Diciembre de 1973-


Hoy me pregunto si habrás cumplido la promesa, aquella que juramos una noche de ginebra y Parisién cuando todavía existía el viejo Foro y la vida apenas se insinuaba a nuestros ojos. Entonces, te acordás Malón, desafiábamos a los dioses sin más armaduras que nuestros cuerpos vibrantes.

Desmesuradamente y sin trincheras la consigna era vivir. El teatro, la danza, la máquina de escribir y la carbonilla en tus manos representaban el único universo que juntas habíamos comenzado a recorrer. Debíamos reivindicar a Antonin Artaud, a Rimbaud, a Whalt Withman. Escuchar atentamente las enseñanzas de Rilke o tratar de descifrar la angustia de Rodin. Extraña alquimia se producía entre nuestras búsquedas y la realidad palpada día tras día.

Te acordás, cuando poníamos en práctica aquel juego que tanto nos había conmocionado en Blow Ap, mezclando el mundo de la fantasía con la realidad. Nos divertíamos esquivando coches en una calle vacía o viajando en subte apoyadas a una pared imaginaria y pasamanos inexistentes. La gente nos miraba con total desconcierto. O cuando cada viernes, puntualmente, se filtraba por nuestros torpes pasos de baile la Cantata de Santa María de Iquique, intentando, tal vez, exorcizar el dolor de su pueblo. Y los desvelos teatrales, amanecer en La Giralda frente a una taza de chocolate caliente y churros. Y los torpes trazos de mis primeras poesías recitadas sobre tu oído izquierdo, el bueno. Entre tanto, los amores se iban presentando y cada una descubría los distintos rostros de la sensualidad. Vertiginosa adolescencia donde el mundo se nos ofrecía tan enorme que no teníamos tiempo que perder. Túnicas largas y pies descalzos, atrevidas, ansiosas, implacables.

Hasta que me alejé o te alejaste, ya no recuerdo...
Después, para mí vino el tiempo de guardar a Rimbaud, al loco de Artaud, a Rainer Maria Rilke. Vino el tiempo de descubrir al "Che", a Marx, a Mao Tse Tung y ofrecer la vida por Perón. Vino el tiempo de cambiar a los dioses por el pueblo, la resurrección por la liberación. Entonces, la cosa fue más dura, Malón. Sin duda con la misma alegría que la nuestra pero desafiando a un mundo de Blow Ap donde éramos miles apostando al mismo sueño. Ya no esquivaba coches inventados, sino balas concretas y verdugos. Creía estar en lo justo. No te imaginas cómo lo creía. Y así viví con esa convicción durante mucho tiempo. Como Polo, mi amigo Polo que decía -sólo muerto me van a sacar de aquí- y lo sacaron finalmente hecho pedazos. O Hebe, que por no ceder en sus ideas la fueron destrozando despacito con una dedicación casi artesanal. O Adriana, Ara, La turca, aquella pelirroja de tantos nombres y pocos años que aún me sigue despertando por las noches. El amor se mezcló con el dolor, se mezcló con el horror, se mezcló con el destierro.

Y llegué a Europa, Malón. No de la forma en que nos lo habíamos prometido sino algo más golpeada y confundida. Al principio odié ese continente y su fastuosidad. Ya no era el deseo inalcanzable sino la trágica burla de una estadía obligada. De todas formas, quiero que sepas, que puse un pie en el Sena y brindé por vos. Quiero que sepas que fui, como lo habíamos convenido tantos años antes, durante una semana seguida al museo de Rodin y sentada en los jardines de ese maravilloso palacio pensé en vos, un poco también para pensarme. Y fui a Ámsterdam, a cumplir nuestro pacto con Van Gogh. Descubrí tantas otras cosas que entonces ni podíamos imaginar.

Me instalé en Italia. Los primeros años no fueron fáciles, pero el inexorable y ese país conmovedoramente cálido supo hacerme recuperar la alegría lentamente. Recuerdo un día especialmente donde la densidad de las lágrimas se volvieron humanas. Caía la tarde sobre Roma y el cielo rojizo se confundía con el ocre de las casas, de pronto me detuve a observar un farol que parpadeaba a una ventana con siglos marcados en sus grietas y lloré, lloré tanto Malón. Era la primera vez que lloraba por algo que no pertenecía al universo de lo atroz. Eran lágrimas de emoción por un farol, una ventana y esa vida desparramada a través del tiempo dejándose respirar. Hice de todo para sobrevivir: teatro, artesanías, títeres en el metro de París, cuidé hijos ajenos y denuncié en cada rincón y en cada oído el espanto que vivía mi país. De a poco pude abrir mis fronteras nuevamente y entregarme sin reparos al amor. Superé la pérdida sufrida en su momento y la magia fue recuperando su espacio en el vacío.

Hasta que llegó el momento de volver y aquí estoy querida amiga. Caminando las mismas calles que caminábamos juntas, oliendo el mismo perfume a Paraíso que tanto nos gustaba y tomando café en los mismos bares donde hace una eternidad soñamos un futuro de Blow Ap. Ya no fumo Parisiene y sigo tan flaca como entonces. Me he vuelto un poco melancólica, pero quiero que sepas que sigo sin ser de las que solamente duermen en camas y que la noche brilla cuando entre dos cuerpos de vida el código es el silencio.

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